​ONCE AÑOS, YA, QUE “A LA FIESTA LE FALTA UN MECHÓN”

|


ANTOu00d1ETE Y PJC


EDITORIAL DEL PROGRAMA LA DIVISA DEL 24 OCTUBRE 2022

PEDRO J. CÁCERES


ONCE AÑOS, YA, QUE “A LA FIESTA LE FALTA UN MECHÓN”


Fue un sábado, como el pasado día 22, cosa cíclica, en que se nos fue “EL MAESTRO” CHENEL (ANTOÑETE).

Era el año 2011 y “La Divisa” se emitía en “Radio Intereconomía”. Evidentemente, ese domingo 23, el programa giró en torno a la figura de Antoñete: entrevistas en directo con personalidades del mundo taurino, de todos los gremios del sector, reportajes para glosar su figura y , por supuesto, abrimos con el editorial que hoy creemos oportuno reproducir al ser un repaso de su personalidad, su vida y su tauromaquia; ese legado impagable del que han bebido tantos y tantos toreros, tantos aficionados que volvieron a creer en La Fiesta en tiempos convulsos de “pegapasismo” y una tauromaquia rácana con una torería cortita y cuestionada vergüenza torera.. Era el renacimiento de lo clásico con Chenel sentando cátedra.

Hoy, sin nostalgia, sí con agradecimiento y en su memoria, echamos la vista atrás 11 años y un día. Volvemos al 23 de octubre de 2011.

Como Fray Luis de León “decíamos ayer” ….





A la Fiesta le falta un mechón. Ha muerto Antoñete.


Una tauromaquia, la de siempre. Un clásico. Altura, distancia y velocidad.


Sobre todo, distancia, y mano izquierda. Solo acortar terreno cuando el animal se apaga y la derecha para pulir, complementar, y en su caso fundamentar el trasteo en caso de que el toro sea imposible por el izquierdo.

Sobrios adornos al final, nada de “morisquetas”; un trincherazo, a lo sumo un molinete, y ayudados por alto para desahogar y preparar para la muerte al dócil o por bajo para poder al del genio. Sin atender a tópicos muy de “Madrid”: el cruzarse y el pico. Colocación, y punto. Una filosofía: la pureza, ausencia de ventajas.


Como acuñara en su día otro grande del torero, D Ángel Peralta “torear es engañar al toro sin mentir”. Siempre todo en función del toro: estudiado desde su salida por chiqueros. Su estar en la plaza y ante el toro: el dominio de la lidia (la suya, la de sus subalternos; la voz a tiempo), molestar lo menos posible a los toros, capotazos justos, el tiempo exacto en el peto del caballo, colocarlo para varas casi cartográficamente y sacarlo en el momento preciso; probarlo y luego si es menester otra vez al jaco, con medida. El conocimiento de los terrenos, sin tópicos.


Esperar donde el toro se emplace, generalmente en los medios, nunca cerrarlo para de inmediato abrirlo. Todo con dulzura, sin violencias, dejándose querer para que el toro lo agradezca. Convencer antes que regañar, seducir en vez de maltratar. Por supuesto el temple. Si Pablo Lozano sentenció que “el temple es ese don, que Dios ha dado a algunos, para quitar fuerza al agresivo y darle alas al débil, Antoñete fue su máximo ejecutor. …Y el capote.”


Como sacerdote en religión ancestral, Antoñete, oficiaba su particular homilía: la verónica en enrabietado quite de mano baja y varias medias denominación de origen (Chenel, por supuesto, o Chanel número 10) Una tauromaquia que, de forma educada, casi diplomática, hacía “corte de mangas” al pegapasismo de sus últimas épocas y de la actualidad que lo minimizan cuando no lo prostituyen. Esta es su concepción del toreo.


Lo realizó, cabal, en el año 98, al cumplir 66 años, en la que iba ser su despedida definitiva. Luego, a petición de la afición, nos dio una prórroga de una temporada más, con dos cumbres: la goyesca de Antequera (con Curro y Paula, el cartel de “Triana Pura”- los del “probe Migué”-) y la de Jaén, suceso que hace unos días cumplía 23 años.


“Se torea como se es porque el torero es un ejercicio de orden espiritual” dejó Belmonte para labrar o esculpir en mármol. Lo de ese día de junio de 1998 fue una expresión gráfica y animada de una vida dilatada, muy vivida…y muy disfrutada, romántica y bohemia muy de principios de gente diáfana, sin dobleces; de fenómenos de los que las madres paren de ciento en viento.


Curiosamente era la fecha en que los multimillonarios chicos de Javier Clemente se venían con el rabo entre las piernas repatriados del mundial por once nigerianos. En aquella fecha, y hoy, me acuerdo de Di Stéfano, si vale el símil, al ver en los estadios futbolistas con diademas, pendientes, guantes y leotardos, sea o no invierno, y algunos casi con los ojos pintados y colorete y los toreros en chándal y similares.


Esa tarde, por primera vez en la historia, un torero homenajeaba a una afición dictando una lección que era un compendio en facsímil de su vida, su tauromaquia y su filosofía.


Con 66 años no quiso alivios: dos toros y en Madrid. Ese ha sido Antoñete. Más que un figurón, una figura, un maestro, “torero de toreros”, “torero de Madrid”, un genio o un “monstruo”. Simplemente Antoñete. Ahora sí que a la Fiesta Universal y a la vida “le falta un mechón”.

Sin comentarios

Escribe tu comentario




No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes. Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.