El 'senicidio' de Albert Rivera

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Mi historia de hoy va, otra vez de palabros. “El senicidio”.


Esta ocurrencia, mía, es consecuencia de la no menos ocurrente y recurrente, oportunista barato en Román paladino de Albert Rivera para el que la regeneración democrática pasa por asumirla la generación que nació en democracia.


No se ha explicado si a tal función están llamados los nacidos a partir del 75, muerte de Franco, o a partir del 78 con la llegada de la Constitución.


Tampoco si solo se refiere a la función política o extensible a cualquier actividad laboral. Una apuesta por la regeneración del biberón, la beca, el 600 a los 18 frente a los herederos de la cartilla de racionamiento, el pan negro del pelargón y las carreras delante de los grises.


O quizá sea un guiño a todos los becarios del mundo, entre los cuales, políticamente, se encuadra.


Un senicidio, incluso un adulticidio por lo que el líder de Ciudadanos invalida a generaciones a partir de los 40 años; a él le quedan 5 para ser su propia víctima si no es más que una bravata predicada que nada tiene que ver con el trigo que da puesto que de las 13 autonomías que celebran elecciones el próximo día 24 Ciudadanos tan sólo cumple el postulado del “senicidio” en 3. Incluso entre las diez comunidades restantes el senicida jefe tiene un candidato en Córdoba septentón.


Ahora, ante el revuelo causado, ha matizado poniendo como ejemplo del ascenso al poder de Suarez, Felipe, Aznar o Zapatero y ha perdonado la vida política a aquellos nacidos en el 70, indultando a los cuarentones, quizá porque su candidata a la alcaldía de Madrid ya está en los 38.


¡Qué lastimita!, con lo bien que te daban las encuestas! Y no es la primera varicela juvenil y verbal que ha tenido el muchacho desde que está obligado a hablar a diario donde de la verborrea, inconscientemente, se pasa a la diarrea mental.

LO he contando más de una vez pero viene a cuento, más en fechas taurinas con San Isidro efervesciendo.


Andaba Manolete, el granb, paseando por Riazor en La Coruña con su hombre de confianza, y único, el mozo de espadas Chimo. Tras más de hora y media de paseo en silencio, tan solo roto por el chasquido del zippo al encender el medio paquete de Bisonte, hora y media de reloj, Chimo se atrevió a susurrar “Maestro que a gustito y tranquilo se está aquí”.

Manolete contestó: “Y callados, mejor”.

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