El castaño albardado que salió cuarto era otra cosa. Volcó la cara con clase y arrancó con codicia en las brillantes verónicas del saludo de Garrido. Pero fueron las chicuelinas de mano baja del quite las que levantaron la ovación, por cadencias as, lentas y deletreadas, con una soberbia larga para rematar. Pronto le buscó Garrido los medios al animal, pero no era fácil cogerle el pulso y la distancia. Lo encontró al natural, pero ya no lucía el toro la codicia y la prontitud de antaño. Muy en línea recta para que no se le parase lo condujo Garrido, pero ya no pudo hacer nada con los feos finales que trajo el desfondamiento del castaño. Y se diluyó el trasteo. La estocada desprendida y fulminante precedió al silencio.
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