Toda la vida en un sólo segundo

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JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ


Eran las ocho menos veinte y a Talavante le pasó toda su vida en tan sólo un segundo. Un muletazo, por la espalda; una mirada al toro, frente a frente; una arrancada, el corazón a mil; una señal, la del cielo al que brindó. Sabía que no tenía salida si el toro hacía cualquier extraño. Era carne de cebo. Pero no le importó, a pesar de las circunstancias, de los tristes prolegómenos de la tarde, de haberse enfundado el traje de luces en uno de los días más duros de su carrera. Miró al destino de hinojos y le pegó una arrucina a la vida, esa que pasó por su mente en tan sólo un segundo.


Ese mismo instante que emocionó a la Pamplona festiva cuando Alejandro miró al cielo de Víctor y al suelo de la muerte para pasarse en un segundo la vida que parió Badajoz hace 28 primaveras. Fue homenaje enrabietado de Talavante al que ya no está: tiró la montera con saña y supo hacer emoción de ese terror mental para pasarse a los mil demonios por la espalda en infernal arrucina. Y torear. Como los ángeles. Como la verdad que exige el rito que el que se viste de luces lleva hasta el final. Como toda una vida resumida en un segundo que sólo fue capaz de compendiar Talavante. La rabia del cielo tuvo su fruto.


Como también lo tuvo ante el bravo quinto, faena que fue un poema de culto a la vida. Desde la larga del recibo. Desde ese medio pecho capotero que no por ello deja de ser armonioso. Desde el brindis a Urmeneta. Desde el crujío por naturales del inicio. Desde esas tres tandas que fueron gloria pura de la izquierda de la verdad, obviedad de no ser política. Desde ese mirar de frente al engendro bravo de Borja Domecq. Desde esa torería natural para cerrar faena y, por supuesto, también desde ese pinchazo torero. Que también los dan los grandes a los que la vida les pasa por sus ojos en un solo segundo. Y desde esa vuelta que supo a despojos, por supuesto.


Como le supo a Puerta Grande a López Simón la verdad con la que afrontó, seguro, el compromiso más duro de su vida. Aunque la mente no le dejase hace tres años ni firmar los frutos que ahora su paciencia está recogiendo. Porque fue paciente capote en mano, justo lo que hace un año ni por asomo se imaginaba: y quitó con la verdad que se apellida de manos bajas. Y homenajeó en sencillo y callado brindis al compañero para cortar una oreja que valió una sola tanda, la primera a diestras. Lo demás fue paja que entiende Pamplona pero que Alberto sabe que fue efectividad que mañana no valdrá. Lo sabe y lo siente el Simón que es figura.


Como lo demostró ante el sexto, al que le asentó plantas y le demostró el momento hasta que pudo. Al que le dijo al oído que la oreja del cielo del anterior la iba a refrendar en el mejor López Simón que hasta el momento ha visto el 2016. Al que se arrodilló en los mismos medios para iniciarle labor y al que le prometió, desde ese prólogo, la fidelidad que le demostró en los finales. Y en la oreja que no se concedió tras pinchazo. Pena por su momento.

Mala suerte la de Diego, al que el mal sino de las doce del mediodía nos está robando ver en plenitud al torero que México nos quitó en invierno. No tuvo lote. Dejó momentos que lo valen todo para el pupilo de verdad y no valen nada para la ficha que no lo vio salir en hombros. Pero lo disfrutaremos, seguro.


Tuvo que ser tarde de calor amargo en el hotel, de mirada serena a los que amaban, de caricia responsable al pomo de la habitación y de abrazo sincero al mozo de espadas. Tuvo que ser un trago difícil de digerir el de Diego, Alejandro y Alberto, tres carreras de tres generaciones que no habían pasado por esto en su vida. No lo habían vivido. No lo habían sufrido. Y debió ser duro jugarse el bofe entre el jolgorio de Pamplona sabiendo lo que todos sabemos y no hace falta repetir jamás.


FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Pamplona. Séptima de la Feria del Toro. Corrida de toros. Lleno.

Seis toros de Jandilla, primero deslucido e informal en una embestida descompuesta; segundo noblón a menos; tercero con virtudes, con empuje pero sin demasiada clase; cuarto deslucido; bravo un quinto a más; parado el sexto.

Diego Urdiales, silencio y ovación.

Alejandro Talavante, oreja y vuelta al ruedo.

Alberto López Simón, oreja y vuelta al ruedo.

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