El desparpajo de Román, a por su segunda cita isidril

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Roman 2



Román ha empezado a contar de verdad entre los futuribles del toreo. Aquel chaval rubicundo que sorprendió de novillero hasta conseguir el apoderamiento de Santiago López en directo y ante las cámaras de televisión es ahora un matador de toros que ya conoce las vicisitudes de la profesión y ya sabe lo que es el parón postalternativa. Por eso su guerra es otra, y pasa por aprovechar cada bala que le llegue a la recámara.

En su favor juega que las que hay son importantes, y se lo ha ganado a base de blandir sus armas: un valor desmedido y fuera incluso de la razón en ocasiones, unas ganas enormes de ser gente en esto del toro y una frescura que, sin embargo, no ha perdido con la adquisición de la borla de matador. Se le vio mucho de novillero, pero precisamente ese parón ha provocado que el matador no esté tan visto… hasta que llegó la salida a hombros de Madrid el pasado verano.

Su concepto del toreo clava las raíces en la quietud y en la exposición, con mucho gusto por sentirse en las cercanías de los pitones y pocos remilgos para pisar el sitio donde los toros hieren. Su trazo es largo, pero priman en él las sensaciones sobre la ejecución, puesto que basa su fundamento en transmitir emociones al tendido, a lo que ayuda su simpatía y su naturalidad -ambas dos llegan con mucha facilidad al que se sienta en la piedra-.

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