La carrera de Antonio Ferrera tiene un antes y un después del año 2017, pero este es el año 1 de su nueva tauromaquia. Ha dejado de banderillear, ha sofocado su ímpetu y ha serenado su toreo para torear más despacio, de forma que acusa mucho más su magisterio y se convierte en espejo de manera más fácil de lo que ocurría antes. Y además no han rodado las cosas en este San Isidro como a él le hubiera gustado, de forma que querrá apurar su último trago para que le quede el mejor sabor de boca posible, ahora que está sin apoderados.
Sin perder identidad en esa forma peculiar de lidiar y de banderillear, con ese saltito en la cara que supone su sello particular, Antonio ha sabido cambiar el comerse el toreo a dentelladas por paladear lo bueno con mucha más calma, con serenidad y con poso. Pero ahora ha dejado de poner palos.
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