Salió a hombros de la primera plaza del mundo por cuarta vez en su carrera y cortó una oreja en este escenario quince años más tarde

PONCE CATEDRÁTICO DE LA HISTORIA

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EDITORIAL

Programa La Divisa del 29 de mayo 2017

PEDRO J. CÁCERES


PONCE CATEDRÁTICO DE LA HISTORIA

Enrique Ponce ya es catedrático de la historia. Y se lo ha demostrado a Madrid por cuarta vez. En tiempos no fáciles para la tauromaquia con un rechazo social más ruidoso, orquestado y opacamente financiado que multitudinario, pero igualmente importante es destacable que una gura del toreo que lleva un cuarto de siglo continuado ostentado esa condición, caso único en la historia, el de Enrique Ponce, advierta que los toreros –especialmente las guras por su tirón popular- hablen en la plaza, por supuesto, pero también en la calle para “Hoy en día tal y como es la situación, hay que explicar más también fuera de la plaza, muchas cosas sobre el toreo. Tenemos la obligación de hacerlo los toreros, porque es una forma de captar nuevos aficionados y de que la gente también disfrute al torero, fuera de la plaza”.

Y ayer salió a hombros de la primera plaza del mundo por cuarta vez en su carrera y cortó una oreja en este escenario quince años más tarde. Enrique Ponce ya es catedrático de la historia. En este sentido, posiblemente, estemos ante el último bastión de la torería clásica dentro y fuera del rue- do toda vez que ,desde hace años y de forma progresiva extendiéndose a capas inferiores, incluso mediocridades o polluelos sin salir del cascarón, se ha instalado (a partir de las guras del momento) el atrincheramiento en su propio yo, como mucho un reducido entorno, blindado por una guardia pretoriana que echa por delante –a guisa de mascarón de proa- a un mileurista (como mucho) que pomposamente llaman jefe de prensa cuando el per l de la mayoría –en su actitud que no en hechuras- tiene mayor semejanza con un “portero de discoteca”.

Tal actitud no sólo les ha hecho perder la calle, la admiración como superhombres de la sociedad civil y el partidismo de los aficionados hasta la idolatría de tiempos no muy lejanos en que para muchos el torero era –y debería seguir siendo- bastante más que un héroe literario.

Entre otras cosas, conseguir con tal cercanía al cliente –perdida-, poder explicar sensaciones y sentimientos puntuales y coyunturales, pero también, lo más importante, de donde viene y en que anda y a donde pretende ir su tauromaquia (fuentes, filosofía, concepto, etc.) Fidelizándole en época en que la asistencia a los toros responde más a un acto social que a digerir la corrida en que el espectador, por sí mismo o contagiado del colectivo dominante, tan sólo experimenta una situación de gozo, indiferencia o has- tío sin interesarle el por qué y cómo... y hasta la próxima en que la parienta, la cuadrilla, o un cuñado tiren de él para ir a los toros porque estamos en feria o torea fulanito o menganito que son guay, guapos, tronistas o celebrities o por correr la voz que a tal o cual cualquier día un toro lo parte en dos. Ese es el día de la abundancia que constituye la víspera de la nada.

Esa actitud, de hablar también fuera de la plaza –especie a proteger por estar en peligrosa vía de extinción- permite conocer porqué y para que un artista o un valiente se visten con sedas ajustadas, medias rosas y manoletinas y explicar porqué torea así o “asao”.

Si se ajusta a cánones (¿el arte tiene cánones escleróticos? ¿Señor Picasso, Sr. Dalí, Sr. Miró, Camarón, D. Manuel Benítez?).

Si estamos ante un clásico, un revolucionario, un tremendista, un prestidigitador, un hacedor de fantasías en el embroque con muletazo interruptus o uno que va por libre (autodidacta).

Ponce habla dentro y fuera del ruedo. Y se lo ha demostrado a Madrid. 

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