Domingo de decepción en Madrid

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MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO


Un Domingo de Resurrección más la primera plaza de toros del mundo acogía un festejo mayor en el que hacía el paseíllo, en mano a mano, Curro Díaz y José Garrido frente a frente. Rememoraban así el histórico mano a mano de la pasada Feria de Otoño pero ahora con un encierro de Montealto.


Basto y espeso era el primero de Montealto, desentendido de telas en el saludo capote Roberto de un Curro que comprobó pronto su fuelle justo y desistió de estirarse. Metió los riñones en varas en un primer encuentro al relacionado y se fue al caballo de la puerta nada más que lo sacaron del peto. A Garrido brindó Curro la faena, que fue un entrar y salir de la cara para sacar de rechazos sueltos de docilidad bovina sin poder. Bien en la técnica el jiennense, no pudo, sin embargo, provocar la ligazón de un toro ayuno de condiciones. Lo mejor, la estocada fulminante que precedió a las palmas.



Más fino de todo era el segundo, que llevó su bríos a codicia con más emoción que cadencia a las verónicas genuflexas con que firmó Garrido el brillante saludo. Casi debajo del penco tomó la primera vara, dura, por eso lo midieron más en la media distancia del segundo encuentro. Amalgamó el inicio Garrido con una primera tanda muy por abajo, ligada y exigente, quizá más de lo que parecía admitir el toro. Fue allí, tras las rayas del tercio, donde intentó extraer los derechazos, vigilando el pulso pero sacrificando la ligazón en favor de la duración de un animal más emotivo que bravo, más humillados que enclasado. Se le vino abajo a José, que tuvo que ir por el acero para dejarle una estocada desprendida y escuchar silencio.


Al feo y altiricón tercero tuvo que lidiarle Curro por abajo la falta de clase y de intención de embestir antes de que protagonizase un vulgar tercio de varas y un deslucido tercio de banderillas por su falta de entrega. Pero no tuvo una pizca de clase ni de entrega, por lo que se limitó Curro a buscarle unas vueltas que sabía inexistentes. Un sablazo pasaportó sin honores al deslucido animal.



El castaño albardado que salió cuarto era otra cosa. Volcó la cara con clase y arrancó con codicia en las brillantes verónicas del saludo de Garrido. Pero fueron las chicuelinas de mano baja del quite las que levantaron la ovación, por cadencias as, lentas y deletreadas, con una soberbia larga para rematar. Pronto le buscó Garrido los medios al animal, pero no era fácil cogerle el pulso y la distancia. Lo encontró al natural, pero ya no lucía el toro la codicia y la prontitud de antaño. Muy en línea recta para que no se le parase lo condujo Garrido, pero ya no pudo hacer nada con los feos finales que trajo el desfondamiento del castaño. Y se diluyó el trasteo. La estocada desprendida y fulminante precedió al silencio.

 



Muy suelto de los percales salió el jabonero quinto, que llevó sus seis quintales a todas partes excepto al capote de Curro Días, del que se desentendió en cuanto voló una vez por abajo. Se estrelló con estrépito contra el peto sin pelear y no quiso centrarse en la lidia que firmaba el jiennense. Pero le vio pronto la intención de seguirla una vez fijado Curro al jabonero, que se fue con total atolondramiento detrás de la patosa que le ofrecía el jiennense, descargado en los talones y con un estético abandono en los embroques para poner la caldera a bullir. Toreo en corto el del esteta, que deslizó dos naturales y un de rechazo extraordinarios entre las series bien fabricadas y de máxima ligazón en las que lo de menos fueron los finales. Desprendida cayó la estocada, y el derrame provocó los pitos en un tendido que, aún así, le tributó una ovación.

 


Mucha caja y menos fondo mostró el sexto, cuya tendencia a salir suelto en los primeros tercios provocó un caos reprendido desde la grada. Devolvió Garrido el brindis a Curro para irse a torear directamente a un toro que llegó a la muleta sin definir y no terminó de hacerlo en todo el trasteo. Porque humilló en un par de tandas con intención de seguirla, pero esas dos fueron las bazas de José en la labor. Después sacó la informalidad y la protesta del toro que va más con el genio que con la bravura y que protesta cuando no se le hacen las cosas bien. Repuso en la muleta de un Garrido ya desmoralizado que buscó hasta el final pero sin fe el triunfo que vino a buscar y no halló. Mal con la espada, se fue en silencio. Aviso.



FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas. Corrida de toros del Domingo de Resurrección. Menos de media plaza.

Seis toros de Montealto, docilón y sin poder el espeso primero, emotivo y humillado el informal segundo, que duró poco, deslucido y sin clase ni entrega el gazapón y molesto tercero, con clase y humillación a menos el castaño cuarto, mansito de huida hacia adelante el emotivo quinto, informal y deslucido el atolondrado sexto.

Curro Díaz, palmas, silencio y ovación.

José Garrido, silencio, silencio y ovación. 

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