Como decíamos ayer, Vicente, has vuelto doce meses después de ser el músico loco que a Valencia enamoraste por tu heroicidad

La fábula del músico loco (y II)

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JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO


Como decíamos ayer, Vicente, has vuelto doce meses después de ser el músico loco que a Valencia enamoraste por tu heroicidad, tu capacidad de superación y, sobre todo, tu amor propio por ser bandera de tu tierra. Porque "de tocar la trompeta con cierta gracia a ser músico hay un trecho importante”, lo hay y lo sabes, y del mismo modo sabes que lo has conseguido. Pero no hoy. No fueron las circunstancias las que condicionaron tu doble actuación, sino la realidad de ser un torero hecho para acontecimientos y no para batallas: quisiste hoy teñir de batalla lo que podría haber sido todo un acontecimiento y te equivocaste, Vicente.


Y es que a veces la vida pone en el vaso medio lleno la trampa exacta para hacer que sea sólo el elegido el que lo cope. Y hoy no fuiste, Soro, a pesar de que coreaban tu nombre tras el paseo antes de abroncarte quince minutos después. No lo fuiste porque Román es el nuevo loco: no tiene gestos toreros cuando no tiene el rizo delante, anda como un macarra, guiña como en una mascletá e incluso tiene el impás nervioso de quien se está tomando una copa. Pero tiene un valor terrible, rozando la genialidad de los elegidos que en el tercero atisbaron un tomasismo nada propio en la Valencia que quizá vea de nuevo en julio al mito junto al nuevo.


Lo está el loco de Román, al que la vida dio hoy otra parada de metro en su demencia por ser figura. Está loco Román por despecharle su vida a la propia muerte, por enjaretar saltilleras con el viento del oeste levantándole el flequillo, por ser insumiso enemigo de lo que su antagonista no quería. Y tuvo la locura para citar al tren tercero a más de veinte metros y arrancarse éste directo contra su yugular. La misma que esquivó Colllado para enseñársela dos segundos más tarde en un nuevo cite: no dejaba de mirarla el de Capea, que no quería una presa sino sólo y cruelmente el cuello de Román. Volvió a avisarle y volvió a ignorarlo el joven. Regresó a milímetros y de nuevo Román sacó agallas para engañar al astifino hasta reventarlo por abajo aún entonces de hinojos. Y llegó la locura, llegó la homilía joven que sólo Madrid ratificará con Ponce como padrino isidril.


La tuvo para embraguetarse por estatuarios con el sexto y también la tuvo, en su recibo, para irse a enfrentar a la muerte de rodillas y esquivarla echándose al suelo porque venía directa a por él. Estuvo loco para pegarle hasta cuatro largas también de hinojos y quitó la cordura a la plaza tras una media que la levantó de sopetón. Estuvo loco para cruzarse, para aguantar la avalancha del animal en los embroques, para resolver ante la inoperancia de un "capea” que venía a machacarlo vivo entre sus pitones. Estuvo loco para saber cuándo el ojedismo tenía que hacer efecto, al igual que los redondos y la mala moda de los cortes y recortes que epilogaron su labor. Y la oreja paisana que materializó la locura de un Román al que hoy entregó la antorcha el músico loco de Foios.


Decíamos hace un año que para estar loco basta con soñar imposibles y tener los arrestos de perseguir los medios, y lo estuvo Román para escribir un poema por saltilleras, para inventar una melodía ante el abanto tercero y para aterrorizar con bernadinas de pánico antes de la oreja del paisanaje del sexto . Pero la locura en demasía es mala baza para quien quiere llegar a la cumbre si no se administra con la medicina del temple. Esa es la cordura que, a partir de hoy, es materia de examen, alumno Collado.


También buscó la locura un Jesús Duque al que el tiempo y las fechas pondrán en su lugar, pero debe depurar sus telas para hilar fino en los embroques. Mostró valor al límite que pareció más cuando miraba a la galería: quizá sea esa locura la que último deberían aprender los toreros. Barbeando en las tablas fue el segundo, que no dejó nada claro en ningún momento hasta que lo llevó largo el de Requena por la diestra. Voluntad sin fuste le recetó al quinto.


Regaló al destino de El Soro la locura de bajarle la mano de salida al corretón cuarto, el que con más brío irrumpió del portón, para que brillaran en los tendidos los anillos de las palmas por vez primera a Ruiz. Sin banderillas dejó a los suyos en sus dos oponentes, en los que acortó entre una bronca que es presagio de despedida imprevista. Pero para entonces ya había protagonizado Román la segunda parte de la fábula de un músico loco que moralmente entregó su testigo a la verdad de un retoño jovial que, además, es buena nueva del toreo valenciano, ¿no es eso bonito, Vicente, para que el "Podéis ir en paz” lo lleve a cabo, de tu mano, Collado?


Como decíamos ayer, tres vueltas al ruedo dio hace doce meses el músico loco que hoy se fue entre pitos de la misma plaza que lo sacó en hombros de su tierra. Fue el músico loco que quiso hacer realidad el tópico de las segundas partes, y, también como decíamos ayer, esperemos que se atreva a romper, por el bien de su trayectoria y de la seriedad de la Fiesta, el tópico tercero de ”la vencida” dentro de doce más…


FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Valencia. Sexta de la Feria de Fallas. Corrida de toros.

Toros de Capea (tercero y quinto), Carmen Lorenzo (primero y sexto) y San Pelayo(segundo y cuarto), impecables de presencia y seriedad. Aplomado y mansurrón el serio primero; noble, humillado y con ritmo el manejable segundo; mansurrón pero obediente el tercero; aplomado y noble el cuarto; informal y deslucido el quinto; con movilidad sin clase el deslucido sexto.

Vicente Ruiz "El Soro” (marino y oro): bronca y silencio.

Jesús Duque (tabaco y oro): ovación y silencio.

Román (sangre de toro y oro): vuelta al ruedo y oreja tras aviso.

FOTOGALERÍA: JAVIER COMOS

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