​El “no dar toros” (de momento) ha desatado críticas y descalificaciones desde el voluntarismo y algunas desde el cinismo como la vertida por el apoderado de José Tomás

​Balañá o "La piel que habito"

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EDITORIAL

Programa LA DIVISA del 13 de febrero

PEDRO J. CÁCERES


Balañá o la piel que habito


La muy loada película de Almodóvar “La piel que habito” narra las peripecias de un doctor que, perdida su mujer por quemaduras tras un accidente, investiga (cobaya humana incluida) la creación de una piel a prueba de bombas; sensible a lo afectivo pero inmune ante las agresiones. Más o menos.


Naturalmente como película que es responde al género ficción.

Ojalá fuera ciencia pura y dura y existiera un banco amplio de dichas pieles artificiales.


Le vendría como barretina a cabeza catalana que a fuer de ello en esa testa no anida el independentismo secesionista. El nacionalismo burgués de toda la vida, quizá; pero ello no es nocivo.

Es esa fiebre alocada que como pandemia se extiende por Barcelona y toda su periferia regional la que tiene achicharrada la dermis y epidermis, incluso el alma, del propietario de la Monumental de Barcelona.

No sólo con vetos y zancadillas de las instituciones que tiene la potestad de regular los espectáculos taurinos como otorga la sentencia anti prohibición si no, desde hace muchos años, la persecución, la coacción y el chantaje de Generalitat y Ayuntamiento tomando como rehenes los otros negocios del empresario: Principalmente las salas de cine.

Lo que ,ante la imposibilidad de ser realidad el proyecto del doctor Robert Ledgard, le ha llevado –pese al teórico levantamiento de la prohibición de dar toros en Cataluña por sentencia del Tribunal Constitucional- a anunciar, para evitar toda clase de especulaciones (más vale una vez colorado que sonrosado de por vida), que, por el momento no habrá toros en Barcelona. Ni organizados por él ni arrendar el coso para aventuras de dudoso buen fin.


Esta decisión está suponiendo multitud de críticas que van desde la ponderación al insulto más abyecto al propietario y empresario del coso barcelonés.

Una plaza de toros testigo en los últimos años (muchos) de, salvo eventos puntuales, la pendiente hacia el abismo de la nada por la que transitaba la tauromaquia en Barcelona, no ya, su inviabilidad como negocio, que sí mantuvo hasta prohibirse, sino la amenaza de ruina patrimonial y familiar.


Críticas y descalificaciones la mayoría de las veces desde el voluntarismo o el desconocimiento y algunas desde el cinismo o la hipocresía como la vertida por el apoderado de José Tomás que podría constituir, en sí mismo, un amplio editorial… pero para más información consulten programa de mano o repasen la secuencia de comportamientos –principalmente de todos los estamentos del sector taurino- antes, durante y después del “proces” del “toricidio”.

Censuras desde un burladero, una barrera o un tendido donde se ven mejor los toros que ponerse delante de un morlaco como son las trabas al desarrollo de otros negocios ya apuntados, ser estigmatizado por el catalanismo militante y mantener y conservar un inmueble ocioso en el centro de la ciudad que vale su peso en oro, que se lo dan, y que no tendría problemas, con tal de cambiar su destino taurino, en su recalificación.

Pese a ello y las ofertas recibidas, la “Gran Dama” sigue ahí.


¿Sería de agradecer antes que disparar indiscriminadamente con “pólvora del rey”? Es decir “yo me juego el resto en el tapete, pero con dinero ajeno”.


Esos de piel tan fina respecto de los toros en Barcelona que no se corresponde con la que cotidianamente habitan en la particularidad de cada uno.

Y es cierto que podría haberlo intentado para que aquellas instituciones que tras la Ley del Constitucional tienen las facultades de los reglamentos” (escrutar a Romanones) se hubieran “clareado” y tener una acusación firme y contrastada de sectarios aunque eso “va de soi”.


Por lo tanto, mientras Almodovar no nos sorprenda con una secuela de “La piel que habito” -desde la realidad y no la ficción- me quedo con José Mota: “Si hay que ir se va, pero ir p’a ná es tontería”.

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