Guapo y bien hecho era el Madroño que hizo quinto, que salió con el pitón izquierdo como una brocha y sin ritmo para permitir a Castella que se estirase con el percal. Se limitó a lidiar por abajo con mucha solvencia. No fue nada fácil poner en ritmo la embestida del Adolfo, que luego sacaba cierto desliz a diestras, pero lo vio claro Castella desde el principio a la hora de construir el trasteo. Supo enganchar adelante, supo perder pasos cuando lo requería el toro y ganarlos cuando era menester, todo reunido, todo ligado a pesar de que no hubo franqueza ni movimiento en el toro. Libró con firmeza las ásperas tarascadas que dejaba el animal, que luego tenía profundidad cuando el muletazo iba hacia adentro, y eso le aprovechó Sebastián, siempre por abajo en la mano derecha. Una serie, ya al final de la labor, dejó el toreo en lo alto con los flecos a la rastra, profundos y mandones, con el cambio de mano imperioso y el de pecho monumental. Media estocada tendida basto para cortar
una oreja tras aviso.
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