Hace unos días se cumplió 40 años de la muerte de Quimet Guardiola, gran amigo de mi padre y la persona que me llevó por primera vez a los toros.
Fue en la amenazada plaza de toros de Barcelona y toreaban Antonio Bienvenida, El Litri padre y Paco Camino.
Quimet era un fijo del 5, el tendido que ocuparía Mourinho porque se montaban unos quince pollos por corrida. Se habría sentido el portugués a sus anchas, que si el toro cojeaba, que si el to- rero no se arrimaba, que si el picador picaba mucho, que si la banda se precipitaba en el pasodo- ble, que si el presidente era rematadamente idiota... todo eso.
Quimet era transportista de carro y un señor que apenas sabía expresarse en castellano, idioma que utilizaba principalmente para soltar unos tacos como catedrales. Amaba los toros con delirio y presumía de haber visto toros y toreros en las tres plazas que tenía Barcelona: La Monumental, Las Arenas y El Torín.
En aquel tendido 5 se hablaba mayoritariamente catalán, y eso ha cambiado poco, la última vez que hice cola en las taquillas pasaba lo mismo, catalanes descarriados, ya, y felicísimos.
Quimet sería hoy políticamente incorrecto en Cataluña, ya que fumaba como un cosaco, piropea- ba a las señoras, la cazalla le parecía Agua de Vichy, pasaba del Barça y tenía la fina sensibilidad de los elegidos, un natural de Camino le hacia llorar.
En este tiempo de confusión de la tauromaquia en Cataluña me apetece recordarle y darle las gracias por tantísimas buenas tardes. No tengo la menor duda de que si Quimet viviera hoy se habría plantado a las puertas de la Generalitat y largado una media verónica al Presidente Mas, que no hubiera tenido más remedio que gritarle “Oleeeeeee”.
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