Una corrida de Saltillo infumable y peligrosísima puso a prueba la capacidad lidiadora de la terna, de la que el milagro fue que saliese andando a las nueve y cuarto...

Una creación imperfecta

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JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO


Seis días tuvo Dios para crear un mundo bello del que la humanidad goza tras aquel momento. Supo ser bueno para hacer, de la comodidad que ofreció al hombre, vicisitud para que penara su pan; supo ser exigente para hacer de la mujer espejo en el que el varón se mirase y supo ser listo para no descansar el ultimo día sino sacar jugo de las noches anteriores y crear el toro bravo en toda su esencia. Era domingo.


Le dio bravura para que entre todas las demás criaturas reinara el corazón dócil de un animal al que el ser humano se rendiría en su existencia. Le dio también condición de mito, aduana privilegiada para ser un animal para la historia. Y en el séptimo día libertad le otorgó al hombre para hacer con esa nueva obra su creación ociosa, un espectáculo en el que en esos mismos domingos despenara los seis días de sudor anteriores.


Y se le encendió a Dios una avispada bombilla para darle también el privilegio al ser humano, además del de libertad, del de poder dominar técnica, artística y materialmente a ese animal único al que hoy aún se le profesa en religión. Supo el hombre usar la docilidad, la libertad y el dominio para hacer de esa criatura que Dios le había reglado en el séptimo día una obra de arte natural de los que hoy Saltillo también fue representación, al menos en nombre e historia, que no en tipo ni juego.


En medio de esa creación se coló un "Millorquito", que llevaba por nombre el primero de Saltillo, que se llevó tres varas y le hizo extraños a los de plata en banderillas, levantando la cara y yendo siempre sin humillar. Cuando Sánchez Vara tomó la muleta, el cárdeno iba siempre con la cara alta, sin bajarla en la proposición firme que el alcarreño le planteó un trasteo sin pasar la línea pero con el valor de hacerle frente a un incierto. Mató de estocada. Manso de bandera era un cuarto que fue sólo por inercia al caballo y al que se le picó en la puerta de toriles, que hasta en una decena de ocasiones y siendo condenado a banderillas negras. Pasaron las de Caín Alberto Rodríguez y Raúl Ramírez en banderillas. Mató con habilidad al toro Sánchez Vara.


En la línea de su hermano de creación anterior salió el segundo, un toro al que picó Francisco Javier Sánchez llevándose una pitada. Pases dio, que no muletazos un Alberto Aguilar que intentó oír el izquierdo lo que Dios no había signado en el último día. Vio y creyó el madrileño pero casi le cuesta esa fe ciega que la obra final del padre le quitase de en medio. Esperó a los de plata en banderillas para que Aguilar brindara el toro al público. Al natural en la primera tanda se gustó un firme Aguilar, sacándoselos de uno en uno y gustándose tan sólo en los finales. Se paró en seco el animal en las últimas tandas, dejando espada en mano el madrileño tres pinchazos y una entera. Fue silenciado. También peligroso de salida fue el quinto, al que recibió César del Puerto porque no salió Aguilar. Se le dio lo suyo en el caballo para, muleta en mano, sacar Aguilar dos tandas ligadas por el derecho. Le supo aguantar para pegar pases, que no torear, que era lo único que se podía hacer al toro. Fue a por la espada para darle antes una tanda más de derechazos, matando al de Saltillo de doble estocada y descabello.


No fue son de buena creación el tercero, complicadísimo de salida, al que David Adalid dejó tras un desacertado tercio de varas dos soberbios pares que literalmente pusieron en pie la plaza. Avisó de inicio muleteril a Venegas un toro peligroso, sin embestir de verdad y luciendo en alto los dos puñales. En terrenos de toriles, tras pasar por sol, lo lidió a la antigua para no meterle la espada hasta que sonó el tercer aviso. El sexto era el más pesador del encierro, luciendo 540 kilos de romana y derribando al piquero tras la primera vara. De nuevo David Adalid se lució en banderillas para, muleta en mano, hacer lo que pudo Venegas con un pasador sin más con chinchetas en sus entrañas. Con la espada, el jiennense dejó pinchazo y estocada. Silencio.


FICHA DEL FESTEJO


Plaza de toros de Las Ventas. Feria de San Isidro. Corrida de toros.


Seis toros de Saltillo. Incierto y nada humillador el primero, pitado en el arrastre. A menos y sin entregarse con verdad el segundo. Peligrosísimo el tercero, que escuchó los tres avisos. De banderillas negras el peligrosísimo cuarto. Pasador con peligrosidad el quinto. Deslucido a menos el también peligroso sexto.


Sánchez Vara, silencio y palmas.


Alberto Aguilar, silencio y palmas.


José Carlos Venegas, palmas y silencio.




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